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DINÁMICA EN UNA SOCIEDAD DE FRONTERA: TANDIL, ARGENTINA, 1840-1880

DYNAMICS IN A FRONTIER SOCIETY. TANDIL, ARGENTINA, 1840-1880

Resumen

Hasta la segunda década del siglo XIX el espacio al sur del río Salado (Argentina) era territorio indígena. Veinticinco años más tarde comenzaron a llegar inmigrantes a aldeas como Tandil, conformando lo que luego sería la provincia de Buenos Aires. Los especialistas en indígenas e inmigrantes han avanzado en la comprensión de estos campos desde el comienzo de los años 1980. Sin embargo, mientras unos necesitaron atomizar el objeto de estudio por nacionalidad e incluso regionalismos, otros pusieron un énfasis mayormente antropológico en estudiar cacicatos importantes mientras avanzaban en categorías que permitieron desenmarañar un mundo indígena que se creía heterogéneo. Un tercer grupo analizó y discutió ideas sobre los criollos, descubriendo que el gaucho fue un personaje casi exótico y que se hablaba del mismo sin adentrarse en su distancia abismal entre la élite local y los pobres, privados de toda posibilidad hasta 1880. La mirada era binaria: indígenas y criollos, mientras los extranjeros se movían en el escenario cual actores protagónicos a los que acompañaba la luz de un reflector. Nos proponemos avanzar en una mirada holística, tomando el caso vasco como testigo, que tenga en cuenta la historicidad y que revise la documentación en busca de dinamizar el conjunto. También buscamos recuperar la relación sustancial con un medio ambiente que se presentó hasta hace tiempo como una escenografía sugerente, salvo excepciones sobre el mundo indígena.

Palabras clave:
Enfoque holístico; historicidad; dinámica; vascos

Abstract

Until the second decade of the 19th century, the space south of the Salado River was indigenous territory. Twenty-five years later, immigrants began to arrive in villages like Tandil, forming what would later become the province of Buenos Aires. Specialists on indigenous people and immigrants have advanced in the understanding of these fields since the early 1980s. However, while some needed to atomize the object of study by nationality and even regionalisms, the others placed a largely anthropological emphasis on studying important chiefdoms while They advanced in categories that allowed us to unravel an indigenous world that was believed to be heterogeneous. A third group analyzed and discussed ideas about the Creoles, discovering that the gaucho was an almost exotic character and that they talked about him without delving into his abysmal distance between the local elite and the poor, deprived of all possibilities until 1880. The look was binary: indigenous and Creole, while the foreigners moved on stage like leading actors accompanied by the light of a spotlight. We propose to advance a holistic view, taking the Basque case as a witness, taking into account historicity and reviewing the documentation in search of energizing the whole. Also, recover the substantial relationship with an environment that was presented until some time ago as a suggestive scenography, with exceptions regarding the indigenous world.

Keywords:
Holistic approach; historicity; dynamics; Basques

Introducción

Este estudio tomó como escenario de análisis el centro de una provincia bonaerense decimonónica, con foco en Tandil (Argentina). El tiempo entre el segundo gobierno de Rosas (1835) y los pocos años de gestión del ministro de guerra Adolfo Alsina (1877) encuadra mejor el texto que precisar fechas. La mirada es holística, con todos los actores en el escenario, sin desconocer que la documentación sobre unos y otros es desigual. Los indígenas estaban antes de la fundación del Fuerte Independencia en 1823; quince años después, alrededor de un millar habitaban aún en su cercanía. En 1854, un centenar de indígenas pampas trabajaba en estancias, y otro tanto era baqueano del ejército o se asociaba para la guerra contra otros caciques con el gobernador Rosas. Luego de criollos y provincianos arribaron inmigrantes al sur del río Salado.

A partir del caso vasco, analizamos el espacio donde convivieron un puñado de extranjeros beneficiados frente al lugareño común. Forasteros que penetraron en territorio indígena apropiándose del mismo, además de adquirir solares y chacras en la aldea tandilense, inalcanzables para criollos de condición modesta. Aquellos actores que entraron a escena cuando la obra estaba avanzada dejaron huellas imborrables en algunos aspectos. Impactaron, por ejemplo, en procesos preexistentes como el aumento del consumo de elementos exóticos por parte de los indígenas que frecuentaban sus almacenes. No se trata, por tanto, de agregar un elemento novedoso en la problemática de las sociedades de frontera, sino de sumar su presencia a las interpretaciones actuales. Este factor fue dinamizador en sociedades nuevas ubicadas en la línea de frontera. En estos núcleos de poblaciones, los inmigrantes se movieron bajo un paraguas legislativo que los liberó de obligaciones como la leva, brindándoles recursos extraordinarios toda vez que se les consideraba claves desde el punto de vista demográfico y su aporte civilizatorio. Como una especie exótica, sin barreras naturales, se fortalecieron alcanzando un crecimiento demográfico, político y material desmedido.

Con escasos -y parcos- documentos sobre algunos de los actores en cuestión, la mirada se decanta a todas luces hacia lo social. Extranjeros y criollos aparecen con más asiduidad que los indígenas, siendo excepcionales algunos registros desde 1854 hasta 1881 y de los Censos Municipales de Buenos Aires de 1855 y el Censo Nacional de 1869. Sin embargo, como sombras chinescas, el contorno donde se proyectan contiene y pondera al resto de los protagonistas, incluyendo a los criollos. A mitad de camino entre la microhistoria y una mirada del conjunto, nos proponemos revisar la documentación clásica y conceptos sobre inmigración en la pampa húmeda, observando el conjunto de manera detenida. Es parte de nuestro oficio volver una y otra vez sobre lo realizado, revisar lo dicho, mirar una tabla de derecho y revés como carpinteros intentando fabricar algo más desde ella.

Entre 1840 y 1880, Tandil era un espacio nuevo que atravesaba el estatus de asentamiento castrense, aldea y pueblo. A primera vista, se presenta como una maqueta ideal para analizar el comportamiento de los distintos sujetos históricos en una etapa de conformación y desenlace de procesos que pujaban entre fuerzas locales y externas. Las experiencias laborales, habitacionales, culturales, comunitarias, los espacios de sociabilidad, la religiosidad e incluso procesos ligados a la inserción laboral de los inmigrantes en la frontera presentan diferencias comparadas con escenarios ya montados -caso de la ciudad de Buenos Aires- donde las posibilidades de mantener la etnicidad, e incluso ajustarla frente a regionalismos, fueron corrientes. Respecto a la dinámica poblacional, si en las ciudades importantes tuvo distintos ritmos según el barrio -tenso en el puerto y la zona de las barracas pero menor hacia los márgenes-, en las sociedades nuevas de frontera la dinámica era caótica, toda vez que el flujo constante de forasteros impactaba en un todo, mezclándose sin pausa entre oleadas. El ritmo del trabajo quedaba, a partir de la primavera en el que llegaban más extranjeros, eclipsado por una capa de sociabilidades que la cubría.

El análisis de la inmigración temprana anterior a 1875 al sur del Salado nos muestra que el entramado de los procesos que atraviesan un escenario cambiante dificulta el estudio de los distintos sujetos históricos si no se tiene en cuenta la totalidad. Una imagen de los procesos como cables trenzados en vez de eslabones de una cadena permite pensarlos con continuidad aunque se cortasen u obstaculizaran en algún momento. El fenómeno de la temporalidad es otro desafío interesante/obligatorio a los historiadores. Debió impactar notablemente en el ritmo de la integración, toda vez que las oleadas migratorias arrastraban vascos similares a los ya adaptados al nuevo lugar, pero con pareceres alterados por las transformaciones de una Europa industrial que dejaban atrás. Los que demoraban su llegada a lugares como Tandil iban perdiendo los envoltorios más superficiales de su bagaje, como orugas mutando a mariposas.

La movilidad en el escenario, al intentar entrelazar vascos con criollos, otras etnias e indígenas es -dado un registro modesto- nuestro talón de Aquiles. Es un juego de palillos chinos destinado a fracasar una y otra vez. Ello no nos impide intentar avanzar en su resolución, revisar información utilizada otrora con distintos objetivos, cambiar nuestra mirada sobre el conjunto observando a los que se presentan en la documentación como protagonistas de la aldea, pero sin desechar la dinámica apenas percibida de sectores relegados por la legislación y el poder. Las jugadas de los criollos pudientes e inmigrantes alfabetizados, con carácter o que supieron decodificar las posibilidades y potencialidades de una coyuntura duradera y favorable, repercutieron en buena parte de la sociedad. El asalto de los indígenas a Tandil en 1855 provocó una huida de los vecinos posibilitados de hacerlo, pero dejó en el Fuerte Independencia a un grupo de milicos criollos (40 vascos, un norteamericano, un noruego y un danés)3 3 Fugl, [1880] 1989. , sin contar los nativos que murieron defendiendo sus ranchos en la periferia. El protagonismo extranjero, como una ola que cruzaba el océano, impactaba con distinto rigor en la aldea y sus alrededores; chocaba en las piedras del acantilado ocupado por una minoría local de poderosos, pero se filtraba en los numerosos espacios vacíos donde el criollo y el indígena no alcanzaron nunca a hacer pie. Cada movimiento de las piezas blancas, como en el ajedrez, provocaba una reacción -no siempre documentada- o traducida en inacción de las piezas negras. Tenemos que reconsiderar momentos de la historia pampeana decimonónica con sus luces y sombras, observando los actores seguidos por los reflectores y aquellos que apenas dejan entrever sus siluetas en la oscuridad documental, salvo en casos como el de la matanza de extranjeros de 1872, cuando 17 criollos apresados y otros testigos fueron incorporados al papel. Esta hipótesis de trabajo nos anima a ello.

Vivir en una aldea

El espacio bonaerense actual tiene alrededor de 135 municipios. La mayoría nació y creció desde la llegada de un grupo de criollos a lo que se sumó la inmigración desde mediados del siglo XIX. La fundación de una fortaleza en el centro de la provincia, como fue el caso de Tandil, es un inicio diferencial. Ello ordenó el espacio, fue la marca que solo ven los actores o bailarines en el suelo del escenario; estaba llamado a ser el centro de la futura aldea y quizá ciudad. Este no es un detalle nimio, toda vez que una vez en marcha la aldea se transforma en pueblo, pero a su alrededor condenan sus dimensiones las poblaciones que nacieron como caseríos junto a un almacén de campo, con suerte una parada del ferrocarril desde 1883.

La presencia europea en Tandil es visible desde la fundación del Fuerte, cuya traza fue realizada por el exiliado napoleónico Ambrosio Crámer, pero devino importante de manera paulatina. Hacia 1854, por ejemplo, solo el 6,2 % de la población tandilense era extranjera, proporción que trepó a un significativo 15,7 % en el Primer Censo Nacional de 1869. El gran salto se produjo durante la etapa de inmigración masiva a partir de la década de 1880, período en el que se consolidó la región por el fin de la frontera y se expandieron las actividades económicas por la inserción más plena del país en el mercado internacional. Para la época del Censo Provincial de 1881, los extranjeros sumaban el 27,1 %4 4 Otero, 2023. . Un porcentaje menor a los locales, pero que muestra una mayoría de hombres solteros, jóvenes que ocuparon un mercado de trabajo informal y, por ello, más rentable. Resultan notables, si repasamos las primeras comisiones municipales, el emprendimiento para iluminar el pueblo, levantar una capilla o simplemente trazar sus calles. Más allá de algunos inmigrantes con formación, la actitud de los gobiernos -y los poderosos- locales hacia el nativo empujó a un sector del colectivo extranjero a tomar decisiones en el escenario.

El enclave fue fundamental para el individuo, lo colectivo y un rápido desenlace de aldea a pueblo y ciudad, dada la llegada creciente de inmigrantes a un escenario donde las mujeres nativas equilibraron la ausencia inicial de connacionales de ese género. Una geografía accidentada marcaba límites y posibilidades concretas a sus habitantes. El forastero debió observar, desde las ventanas del vehículo en el que arribaba, la fauna y flora, el agua y cientos de piedras útiles, madera para viviendas y pasturas para los animales. Ello y un clima moderado conformó el fuerte Independencia en la base de una escalera pétrea, tardando casi 30 años en que algunos vecinos decidiesen avanzar de caserío a aldea y cuatro décadas más tarde, convertirse en ciudad.

La atracción de Tandil en criollos e inmigrantes también lo fue para los indígenas que ya habitaban los márgenes del Chapaleofú. Su importancia en el comercio inicial compensaba los momentos de tensión durante una sequía o cuando no llegaban los productos pactados desde el gobierno de Rosas para mantener la paz. Pese a ello, fue parte de una línea imaginaria de frontera hasta 1860, lo que mutó luego a una franja pensada que mantenía al cacique Catriel a 100 kilómetros y más lejos a otros líderes poco amistosos5 5 Irianni, 1997. . El desarme prematuro de la guarnición militar (1864) decidió completar el espacio con instalaciones municipales, una capilla, una escuela y la cárcel6 6 Fontana, 1947. . En su frente había quedado una manzana donde socializaban los vecinos, se formaba el ejército, llegaban carromatos y había festejos patrios. Allí se conformó la plaza principal. El camino al norte uniendo Tandil con el puerto también moldeó el crecimiento y orientación del conjunto. El contorno ambiental ordenaba, dinamizaba y establecía las posibilidades humanas de intervención para esa época.

Los vascos se presentan como un caso atípico de llegada, a modo de goteo, durante todo el período, dispersándose hacia la zona rural y con una alta movilidad geográfica laboral en la zona. Ello colaboró en la dinámica como el río que llega a una llanura para dispersarse por los valles transversales, pero vuelve recurrentemente al corazón de ella. Como fuera, pese al anillado hídrico y pétreo, además de la conformación de caseríos satélites en un radio de 30 kilómetros, el caudal de entrada superó en todo momento al de salida, con la excepción de las dimensiones del malón de 1855 que, como adelantamos, provocó el alejamiento temporal de vecinos hacia el norte. Tandil fue, hasta 1870, un escenario inacabado donde los actores se veían obligados a improvisar soluciones para su cotidianidad y la del conjunto. No era novedoso, para los extranjeros, que los ranchos donde podían hospedarse y algunos comercios fuesen parte esencial del paisaje, posadas de diligencias, luego estaciones de ferrocarril. El déficit de habitaciones hizo que en ellos se ofreciera cama y comida al pasajero, atención a los caballos y pago de mensualidades a trabajadores de la zona. A falta de bancos, aquellos comercios de ramos generales prestaban dinero, guardaban ahorros de clientes, eran casilla postal de la gente de campo.

Figura 1
Mapa Orográfico e Hídrico del valle tandilense Fuente: Elaboración a cargo de Lorena La Macchia y Alejandro Migueltorena, 2023. Línea negra y blanca: vías de ffcc. Signos de herramientas cruzadas: canteras de piedra.

Estos datos, sumados a mapas hidrográficos y geográficos, muestran referencias claves para la elección de solares o quintas de los que tuvieron oportunidad. Estar cerca del agua y no muy lejos del Fuerte militar también delimitó los cimientos al futuro espacio social. Si pensamos una maqueta del Tandil de 1850, es ineludible ver un valle parcialmente encapsulado por las sierras, mesopotámico si tomamos los arroyos Chapaleofú y el Tandileofú al norte y el sur del poblado, cruzado por dos arroyos menores pero permanentes -Tandil y Blanco-, que cierran una figura gestáltica. El caudal de los arroyos nunca fue, desde el fondo de la historia, un tema menor. En Tandil, este cuadrado hídrico fue aprovechado por hortelanos, gente que criaba ganado, lo mismo que como primera defensa, controlando sus escasas zonas de paso ante un malón indígena.

No es casual, en la búsqueda de ubicar los laterales de una maqueta de sociedad nueva de frontera, toparnos con la feria del Chapaleofú en manos de indígenas (data del siglo XVIII), estructura con corrales de piedra ubicada en el sitio de paso obligado del ganado7 7 Pedrotta, 2013. . La guarnición militar, con su puerta al norte y su espalda al gélido viento sur, presagiaba ese pasillo casi natural, al mismo tiempo que señalaba los puntos cardinales hacia donde la naturaleza permitiría desbordar la población. El contorno mesopotámico y un segundo anillo serrano debieron brindar entonces una sensación de polis griega, con sus vecinos acomodados habitando la cima de la loma que hoy señala el corazón de la ciudad.

Figura 2
Ubicación del Fuerte Independencia. Lugar en el Tandil actual. Fuente. Elaboración de Santiago Linares, 2023.

Nuestra mirada sobre una sociedad de frontera en formación es total desde el punto de vista sociodemográfico, pero en un escenario que no se recorta del medio ambiente. Se encastra en él, lo moldea, avanza en su construcción ajustándolo a una diversidad de miradas que incluye las parcialidades indígenas, criollos de la zona, provincianos e inmigrantes de distintas regiones del planeta. Tandil nace en un fuerte militar cuadrado, mantiene esa figura como aldea pero luego se ajusta al valle, como un rectángulo con delgadas extensiones hacia los cuatro puntos cardinales. La ubicación del primer cementerio, 300 metros al sur del fuerte militar, resistió su traslado más lejos de la aldea hasta las matanzas de 1872, que llegaron de la mano del cólera y la fiebre amarilla. Las necesidades y la relación del hombre con la naturaleza desde el principio de los tiempos debieron empujar a elegir un sitio serrano que sobresaliese en una llanura como la pampeana, abrazado por arroyos de agua dulce, con madera de mimbre ordinaria pero útil que bordeaba sus orillas. Desde la segunda mitad del siglo XIX, es frecuente encontrar datos de personas dedicadas a recolectar hierbas medicinales en el valle, indispensables aún después de llegar el primer médico y que se abriese una botica. Mientras los vascos muestran una clara tendencia a instalarse en las afueras del pueblo, los gallegos e italianos prefieren perderse en el laberinto de sus calles angostas, pensadas para peatones y, excepcionalmente, carros. Al llegar o incluso luego de mejorar materialmente, el individuo podía escoger el lugar de la aldea para habitar. El tipo de emprendimiento (taller, comercio, fonda, horno de ladrillos o lechero) presionaba a adquirir un espacio socialmente concurrido como eran los alrededores del Fuerte militar o la tranquilidad de la periferia, donde el ruido y olores del ganado o el (humo_s) de los hornos de ladrillo y el barrial inevitable evitaban provocar al resto.

El valle serrano en el que se asentó la aldea analizada presentaba, naturalmente, rincones. El reparo rocoso del viento y la cercanía a uno de los tantos arroyos provistos de verdeo y animales pequeños para cazar no abundaban en la llanura. Las laderas de la sierra no eran espacios disputados por los poderosos -mayoritariamente ganaderos-, aunque las pircas (paredes bajas) de piedra que aún las recorren hablan de corrales pequeños para pocos animales. Como fuera, vivir en los bordes de la aldea tandilense era sinónimo de habitar tierra adentro, convertirse de un momento a otro en botes que cortaban amarras y flotaban a la deriva. Ninguna metáfora más ajustada a lo que sucedió en setiembre de 1855, cuando los indígenas de Yanketruz sitiaron el poblado provocando un éxodo vecinal hacia el norte. Muchos otros, afincados en chacras se quedaron para cuidar y, literalmente, morir en sus ranchos o huir en direcciones que no llevaban a ningún lado. Comprendemos -ponderamos- la movilidad desatada desde sucesos trascendentes como el mencionado, fenómeno inherente a la calidad del episodio. La mirada amplia de una sociedad fronteriza es importante, nos permite avanzar en una recuperación histórica más ajustada a la realidad, debilitando viejos mapas cruzando de noroeste a sudeste por líneas pronunciadas de los avances -más cartográficos que castrenses- en territorio indígena.

Las epidemias de fiebre amarilla, cólera y viruela en el decenio que va de 1868 a 1870 también dinamizaron el vecindario, provocando huidas, carreras de recolectores de yuyos y colaboradores sin descanso que acarreaban flores silvestres para bajar la fiebre, trapos y agua a los ranchos marcados por el médico; pero también para trasladar cadáveres a las afueras de la aldea. Teniendo en cuenta a todos los actores sobre el escenario, podemos imaginar el hormigueo aldeano en distintos planos, incluso estacionalmente. El día a día, la fecha patria, el rumor de un malón a veces equivocado por intuir una polvareda de un arreo con movimiento de indígenas y el primer caso de una epidemia que reunía curiosos en la casa del doctor Fuscchini son indicios claros de movimientos sobre las tablas de sus protagonistas. La llegada de la diligencia o las carretas que finalmente habían podido cruzar el casi siempre crecido río Salado eran motivos válidos para acercarse. El rumor de algún acontecimiento a desatarse no era un factor dinamizador menor en los pueblos fronterizos.

Cuando en 1864 nos casamos, tu abuela Mariana que era una vasquita porteña, no ignoraba lo que por aquellos años significaba internarse en la pampa… Estábamos a dos leguas y media del pueblito vecino (25 de Mayo). Por aquellos años la frontera pasaba a ocho leguas de nuestra vivienda. Los pobladores de la frontera siempre estábamos sobresaltados. Las alarmas frecuentemente eran infundadas, producto de la imaginación sobreexcitada, pero de todos modos casi siempre, tras alguna vacilación resolvíamos abandonar nuestros bienes8 8 Garciarena, 1977, p. 55. .

Los indígenas estaban en la zona que estudiamos desde el siglo XVIII. Luego de mucho tiempo en los márgenes de la historiografía, son reconocidos como importantes en algunos aspectos. Es impensable una historia que deje afuera a las parcialidades indígenas. Las líneas de fortines no impermeabilizaron el espacio, no impidieron la movilidad indígena en el territorio, comerciando, buscando ganado, cazando, cambiando de lugar para llegar a una laguna. Eran funcionales al crecimiento de las aldeas, como baquianos o aliados al ejército, proveedores de mantas y ponchos, como mano de obra en las primeras estancias. Los criollos, tramperos, arreadores de ganado cimarrón en una etapa sin alambrados y personas que huían de los límites de la justicia para vivir en una toldería hilvanaban hemisferios que se visualizaban e imaginaban separados sólo en rudimentarios mapas y páginas de lejanos periódicos porteños. Llevaban y volvían con novedades, mezclando aspectos culturales, quizá en temas referidos a cautivos o señales de posibles ataques, pero principalmente medicinales. Los indígenas se adentraban en espacios que alteraban sus pautas culturales, fortalecían su heterogeneidad, sus cambios sociales y económicos internos. La siguiente cita es elocuente sobre su dinámica e importancia como costureros de una línea de frontera hasta por lo menos 1875.

En los alrededores de 1860, producto del malestar en la zona de Azul, se apersonó el propio Gobernador Adolfo Alsina, quien reunió a lo más granado de la población para escuchar opiniones y hallar una solución. Unos proponían la expulsión de los indios amigos; otros aumento de la fuerza policial -narra Barros-. En el curso de la discusión un comerciante dijo al gobernador: Señor, si se prohíbe totalmente la compra de cueros a los indios, el comercio de Azul se arruina9 9 Barros, 1957, p. 92. .

Que algunos criollos y mayormente forasteros comerciantes se convirtiesen en aceleradores de la introducción del capitalismo en un espacio donde continuó el trueque, la minga y el pago con especies fue menos notable que en almacenes de ramos generales donde los indígenas intercambiaban sus productos marchándose insatisfechos, conociendo aquel que se volvía indispensable al probarlo y por el que había que traer muchas plumas de ñandú o cueros.

El protagonismo de los inmigrantes en una sociedad nueva, huérfana de un Estado que tardaría en asistirla, no es otro plano de la dinámica posible, con la diferencia de que el criollo pobre tenía vedados la mayoría de los derechos y cubría las obligaciones exentas a los forasteros. No es casual que en los libros municipales o de entrega de tierras públicas una mayoría extranjera compartiese sus páginas con la élite criolla, minoritaria, la que en ocasiones contaba con clientela que dependía de sus favores. Mirando las cédulas del Primer Censo Nacional, de 1869, no es inimaginable el plano laboral en el que el vecindario se movía a diario -como productor o consumidor- y el plano político, que recorría cuando había elecciones municipales en los que sus paisanos ganaban desde 1860 o en casos excepcionales como el de la matanza de extranjeros. Este último episodio, que reunió cuarenta criollos, duró cuatro horas y se desató en un escenario de cinco leguas llegando al almacén de un vasco francés desde donde regresaron, y esto dinamizó la aldea en un arco temporal que va desde noviembre de 1871 a setiembre de 1872, momento en que fusilan a dos de los asesinos. No es imposible -Sumario de 1200 páginas sobre las matanzas en mano10 10 Departamento del Sud 1872. Asesinatos y robos en el Tandil el 1º de Enero del cte. año y el Sumario Levantado por varios comisarios con motivo de los sucesos ocurridos el 1º de enero de 1872. Archivo del Museo Histórico del Fuerte Independencia de Tandil (MUHFIT). - percibir la tensión, las numerosas reuniones de extranjeros y de nativos, discutiendo razones, observando parcialidad en el Juez de Paz e intenciones personales en los poderosos locales11 11 Irianni, 2017. . Ese 11 de Setiembre, según publica el diario capitalino La Nación12 12 Véase Ejecución de los reos del Tandil, La Nación, 17 de septiembre de 1872. , la descripción de la plaza donde se ejecutó a Lasarte y Gutiérrez se manifestó. Estaba llena de inmigrantes, pero la ausencia de nativos fue la denuncia gritada a los cuatro vientos por la muerte de un curandero inocente y la utilización de los criollos empujados por criollos e inmigrantes pudientes que debían dinero al almacenero vasco asesinado en la última parada, destruyendo sus libros de cuenta. Los días anteriores y posteriores al fusilamiento, la dinámica aldeana debió adquirir otro ritmo, quizá con menos compras a los comercios gringos. Estos bosquejos, a los que agregamos datos de padrinazgos de casamiento y bautismo o entrega de tierras, son parte de un libreto con muchas páginas en blanco, en el que los criollos debían guardar silencio, actuar con sus miradas y gestos.

Sabemos que los primeros inmigrantes entraron en el corazón de los procesos pampeanos, anchos y abiertos aún, lo que les evitó una presión de cuña que tendrían luego los inmigrantes masivos. Los vascos que llegan al Tandil a fines de la década de 1840 son barajas que penetran en un mazo sobado, liviano, con margen para no tensionar el conjunto. Hace años que hemos puesto la voluntad y toma de decisiones en los sujetos históricos sin dejar de lado la intervención de los Estados en el lugar de expulsión y atracción, ya frenando la salida o facilitándola con leyes, también subsidiando pasajes a América en paisajes demográficos desfavorables para la explotación de sus recursos. En esta ocasión volveremos sucintamente al mundo de trabajo posible, maleable en un ambiente precapitalista como Tandil en 1860 y especialmente a la integración social, observando otros aspectos como las redes13 13 Sugerimos el texto compilado por Bjerg y Otero, 1995. invisibles, complejas de reconstruir con la documentación a nuestra mano.

Algunos textos ya clásicos de Baily proponen un modelo según el cual habrían existido dos formas de asimilación: por un lado, la asimilación cultural o adaptación, que implica la adquisición de los valores básicos y las pautas de comportamiento de la sociedad receptora, es decir, el conocimiento y la organización que le permiten al inmigrante funcionar efectivamente en el nuevo medio. Indicadores de este proceso son el modo y la celeridad con que los inmigrantes encuentran vivienda, empleo y desarrollan sus organizaciones. Por otro lado, la asimilación estructural o social, representada por los casamientos mixtos y el desarrollo de una nueva identidad basada en la sociedad receptora, entre otros indicadores. Dentro de este proceso complejo, el ajuste o la adaptación es algo previo a la asimilación social, aunque su existencia no implica la inmediata aparición de esta última y puede darse el caso de grupos étnicos perfectamente adaptados a una sociedad receptora y que este hecho retarde o limite su asimilación estructural14 14 Baily, 1980. . La inserción y la integración son procesos que claramente dinamizaban los espacios durante su desenlace.

Los libros municipales, en buena parte recopilados por Fontana, también brindan pistas sobre los ritmos, momentos del día o el año, actitudes personales de individuos o fomentadas por el cuerpo social. “Julián Arabehety, da cuenta de la compra que el municipio ha encomendado: los faroles de colores para la plaza, donde prontamente se reunirán las familias los jueves y domingos de retreta para observar la banda”15 15 Fontana, 1947, p. 57. .

Momentos esperados, trámites impostergables, sucesos imprevisibles movían la corona de un reloj vecinal que atravesaba el año, pocas veces librado del dolor. “La Corporación llama a los galenos y se pone en práctica un plan de defensa contra la peste que se inicia con la formación de un gran consejo. Entre ellos figuran Domingo Fítere, Juan Gardey”16 16 Fontana, 1947, p. 152. .

Cuando se decide en el municipio, alrededor de 1873/4, la construcción del primer puente sobre el arroyo Tandil que dará paso al cementerio, las primeras dos donaciones pertenecen a Martín Maritorena (1500 pesos y corrales de piedra) y Podarra (500 pesos y corrales)17 17 Fontana, 1947, p. 63. .

Los vascos acudían a colaborar en una peste o donar dinero para un puente o la parroquia. Los extranjeros donan corrales de piedra, claves para cualquier obra de esa época cuando los horneros no daban abasto con los ladrillos, pero que debió movilizar (voluntarios) o gente del municipio para la carga y acarreo. Observemos, de todos modos, la movilidad en una aldea donde el Estado no era algo omnipresente para los vecinos tandilenses; todo lo contrario. El gobierno se ocupaba de los jueces de paz y las instituciones como la iglesia avanzaban cubriendo espacios que dejaban la política y la educación, interviniendo en violencias domésticas o deserciones escolares. La policía escasa y sin formación se amparaba en la soldadesca -y el vecindario armado- en casos graves como el fatídico asesinato de extranjeros mencionado. Fue un acto inesperado, acaso planificado. Aquello, más allá de impacto en cada vecino y el conjunto, decantó en toma de conciencia y decisiones. Cuatro días antes del fusilamiento al que aludimos páginas atrás, “hubo intenciones por parte de los daneses de diferenciarse del resto de la población. El 7/9/1872, se presentaron Larsen, Pedersen, Mathiasen y otros a solicitar se incluya el cementerio luterano en el católico, separado por una verja”18 18 Fontana, 1947, p. 67. Los daneses continúan enterrando a sus miembros en el cementerio municipal en un cercado que se inició entonces. . Estamos frente a un episodio comparable con la piedra que cae en el estanque. Tras el impacto y la conformación de círculos que se alejan del lugar donde cayó la piedra, el agua permanece inestable un largo instante, menor al impacto de la profundidad que no alcanzamos a ver.

¿Cuánto duraba la etnicidad en una sociedad nueva de frontera donde el rol de vecino presionaba para subsumir al de extranjero? Daneses y vascos eran opuestos en sus intenciones endogámicas y de resistencia étnica, apoyados en sus idiomas pero también en credos distintos. Sin ánimo de generalizar, los forasteros debieron tener a mano ese manto étnico hasta el momento de expirar. Una situación inesperada pudo empujarlos a sacar del ropero el traje de inmigrante. Un año después de las matanzas, un miembro de la élite local, también militar y con varias propiedades en su haber, intentó romper una secuencia de elecciones ganadas por los extranjeros. Aún en el caso de una etnia de comportamientos exogámicos y cuyos espacios de sociabilidad no eran cerrados como los vascos, la actitud étnica -amparada quizá por el poder criollo local- se manifestaba. No es menor el hecho de que un año antes habían matado una veintena de vascos.

Fueron las elecciones más tormentosas y amenazador[as] que se hayan celebrado en Tandil hasta la fecha (1873). Machado procuró intimidar a los electores, y antes de iniciarse las elecciones se presentó con un pelotón de soldados a caballo ubicándose frente al local de los comicios. Actitud que contribuyó a despertar la energía y celo de los contrarios, quienes, al ver a los soldados también se quedaron frente al local. Y unos vascos que habían ido con gruesos garrotes, a guisa de bastones, una vez depositado su voto tomaron posición frente a los soldados. A la pregunta del coronel Machado de que significaba eso, nada contestaron quedándose ahí nomas, serios y apacibles, con sus garrotes […]19 19 Fugl, [1880] 1989, p. 152. .

El manto, que podía ser una boina, algunos vocablos siempre en la punta de la lengua, la forma atravesada de galope o el color del cabello no eran una caparazón infranqueable, aun cuando el estatus de vecino rondase en el entorno de sus paisanos y el mismo cura. Como fuese, los días anteriores a un acto importante como la elección de municipales dinamizaban al menos un sector de la aldea. No debió ser menor la reunión espontánea o en un almacén donde el rumor circulaba y seguía viaje deteniéndose en cada vasco que cruzaba para que fuesen a votar.

El cinco de junio de 1864 con mi licencia se sepultó en el cementerio de este pueblo el cadáver de Adrián Inchauspe, como de 30 años de edad, de Francia, soltero, vecino de este pueblo y asesinado en el cuartel 3° de este partido según deponen los testigos Juan Inciburo y Luis Arabehetti que certifican (Padre José María Rodríguez, párroco de la Iglesia de Tandil).

Las redes a las que hacemos referencia en algunos pasajes podían ser tan sencillas como para alertar de la muerte de un connacional y dos vascos se movilizaran hasta el juzgado para certificar la identidad de Inchauspe. Pero no es improbable que aquella noticia movilizara a otras para que llegasen al cementerio o acaso a saludar a un familiar del difunto. En 1864, el mismo año en que se decide desarmar la guarnición militar, el ritmo de la aldea era cansina, amesetada en un ritmo económico y social de caracol, descuidada con la movilización de los soldados de toda la zona a la guerra con Paraguay. Ello, con los refuerzos que redobló la leva para cubrir el hueco enorme de la frontera con el indígena, sacó poco a poco de la modorra aldeana a Tandil. Ese mismo año hay una crisis lanar que llega al corazón _ ovejero de Chascomús y baja hacia el sur, presagiando la crisis terminal de 1873.

Desde los primeros años de la década de 1990, la Historia no ha dejado de sorprendernos con nuevas miradas y enfoques, desempolvando útiles poco usados, buscando en un taller en el que se usaba apenas un rincón y la mitad de sus herramientas; la microhistoria, la vida cotidiana, las redes20 20 Miguez, 1987. , las biografías sociales, la incorporación de la mujer y los niños en una trama histórica a todas luces incompleta, las miradas desde la sensibilidad, sospechada pero que demandó audacia de algunos colegas para comenzar a ser aceptada21 21 Bjerg, 2004, 2017; Bjerg; Pérez, 2023. . En época de buen tiempo, las carreras cuadreras en la calle más larga y pareja del pueblo de Tandil convocaban a medio vecindario, mezclado, gritando, observando paisanas y criollas solteras entre el público. No era necesaria una fecha patria para disfrutar de un rato de ocio. La dinámica no era puramente económica y probablemente se multiplicaba en días festivos. El tiempo, las calles anegadas o un viento que imposibilitaba la construcción eran variables inesperadas pero posibles que obligaban al ocio.

La aldea presentaba distintos ritmos. Entrada la década de 1860 la llegada de una familia de extranjeros ya no era una excusa para moverse hasta la parada de la diligencia. Sin embargo, los fonderos, los que esperaban un paisano con un oficio específico o -_ del mismo pueblo que tenía que llegar en esa fecha, eran motivo para acercarse. La dinámica no estaba ligada a grandes zancadas en la calle o varias leguas en un matungo. Las personas, por sus trabajos, necesidades o momentos de ocio, trazaban un circuito indispensable que reuniese paisanos con los que conversar, amistades a las que solicitar un préstamo o pedir ayuda para una tarea, una vecina con la que recorrer el camino de ida y vuelta hasta el arroyo a lavar la ropa. Trece lavanderas vascas que declaran ese trabajo en 1869 apenas permiten visibilizar las que ganaban un jornal con ello. Muchas amas de casa lavaban su ropa en los mismos recodos, compartiendo conversaciones y caminatas. ¿Cómo (_) conseguían más trabajo las diez costureras, los cuatro cocineros, las dos planchadoras y las siete sirvientas que probablemente tuviesen más de un hogar o fonda donde acudir? Es difícil repasar estas cifras considerándolas estáticas sin recuperar con ellas la movilidad de uno de los géneros, más allá de que niños, maridos o ancianos pudiesen acompañarlas para llevar los atados de ropa para lavar, repartir lo ya planchado, etc. Necesidades, pero también emociones y sensibilidades debieron dinamizar a aquellos inmigrantes en el espacio que intentamos maquetar. Szchuman se presenta, en mi biblioteca, como un precursor en estos objetivos para desentrañar. Observaba una geografía del matrimonio22 22 Szchuman, 1977. en Córdoba; circuitos cotidianos hacia el trabajo o de vuelta al hogar, al almacén, a pescar, a buscar materia prima para el trabajo. La sensibilidad había entrado por un instante a la historiografía. Allí, como sucedió desde el fondo de los tiempos, buena parte de la población estaba fuera de los mandatos familiares que suelen elegir los cónyuges entre familias amigas y pudientes. La mayoría encuentra su amor posible en un recorrido diario, acaso con el dato que le suministró un compañero de trabajo. Emociones23 23 En un viejo texto de Bjerg, basado en las memorias de la joven esposa de Juan Fugl, describe el agobio de las visitas y salidas de casa de su marido, describiendo remansos de tranquilidad con maremotos sociales que venían de la mano de un hombre pujante como el líder de la comunidad danesa, pastor, agricultor, harinero y maestro Juan Fugl (Bjerg, 2004). y sensibilidades, risas y humoradas en el momento de descanso o incluso durante el trabajo como ocurría hasta entrado el siglo XIX en Europa y continuó o se recuperó en una región precapitalista del centro de la provincia bonaerense. Volver a sujetos históricos de carne y hueso es algo repetido, pero las cifras se niegan a liberar. Este tipo de cuestiones nos animan a seguir por ese derrotero para acercarnos a una mirada de conjunto, a correr las cortinas de los ranchos, penetrar en los pisos de tierra de los primeros almacenes y fondas, iluminar una historia en penumbras que arrastraba con ella la melancolía y la tristeza por el desapego.

Sujetos históricos y movilidad

Sin duda el mayor desafío en este ensayo de maquetar una sociedad nueva de frontera reside en una mirada holística e histórica. Sabemos de antemano que en la etapa observada Tandil no está segmentada en barrios y, por tanto, sus actores debieron moverse en dos grandes áreas: el ámbito rural y el “urbano”. Ello no quita que la gente de campo se trasladase una vez al mes al poblado donde se quedaba dos o tres días haciendo compras y trámites. Lo mismo puede decirse de aquellos vecinos urbanos que en distintas épocas del año podían hacer trabajos en las zonas rurales.

Tandil se presentaba a mediados del siglo XIX como un proyecto firme de pueblo nuevo creado a partir de un fortín. Pasó, durante ese siglo, de guarnición a aldea y luego a pueblo. Ello que hoy se nos presenta como natural, bien pudo frenarse como proceso, incluso atomizarse. Malones hasta 1870, tres o cuatro epidemias sin médicos para cubrir todos los contagiados desde 1868 hasta 1878 son algunas de las convulsiones de un vecindario que se repuso y continuó la marcha. Si a ello sumamos la secesión de la provincia bonaerense del resto del país y una crisis como la del lanar acelerada por cambios en los polos industriales europeos, se explica que muchos caseríos se conformasen finalmente con ese estatus.

Luego de la fallida rebelión de los libres del Sud en 1839, entre los que hubo tandilenses implicados, sobrevino un inesperado malón en 1855. Parecía el final. Tres años más tarde, los comercios eran una fonda, dos billares, una confitería y tres panaderías24 24 Crónica del Sr. Pedro de Ugalde y San Martín. Descripción del Tandil de 1859; Gorraiz Beloqui, 1958. . Aunque el gran malón de 1855 había asustado a su gente -muchos se trasladaron a Dolores o Azul para no volver- y arrasado recursos, en 1858 el prefecto Juan Elguera notaba un creciente propósito de trabajo y dinamismo: “[…] en los últimos tres meses, se han construido 23 casas y seis se hallan en construcción. Además, hay material arrimado para levantar otras. Lo que falta es brazos”25 25 Descripción del prefecto Juan Elguera (10 de marzo de 1858) en Gorraiz Beloqui, 1958. .

Cuadro 1
Vascos en Tandil, 1869. Fuente: Cédulas Censales, Tandil, Primer Censo Nacional, 1869. Sala X, AGN.

Los solares resaltados con color negro en el croquis siguiente representan habitaciones o comercios de vascos. El óvalo al norte de la población, pleno camino al norte y donde en 1882 se instalará la estación de ferrocarril, señala la concentración de fondas, comercios y hoteles en manos de familias vascas desde mucho antes. Para adquirirlas, era necesario contar con algo de dinero inmediato o corto plazo. El abono de un precio casi simbólico pero que se efectuaba en caso de tierras entregadas por el municipio luego de hacer tres mejoras básicas (agua, cercado, edificación) era inalcanzable para el criollo pobre. Nos referimos a una etapa dorada en cuanto los altos jornales y contratos rentables en el caso lanar o desde el mostrador de un comercio, principalmente si fiaba o aceptaba lanas y cueros en forma de pago.

Figura 3
Plano de la ciudad de Tandil, 1860. Damero en derredor del Fuerte

No es necesario recordar que el criollo pobre, mayormente llevado a la milicia, no tenía posibilidades ni medios para aspirar a tener tierra. Sobre un total de 1.020 operaciones registradas entre 1848 y 1884, los vascos -con varios casos de individuos con trabajos normales, sin grandes inversiones26 26 Solicitudes de Tierra del ejido de Tandil. Archivo Municipal de Tandil. - aparecen involucrados en 256 oportunidades, lo que representa un 25%. En el Tandil de 1869, los vascos eran apenas el 5,46% respecto a la población total, que era de 4.870. Los criollos eran amplía mayoría pero, como los plebeyos romanos, un puñado de nativos poderosos se asentaba en aquella masa humilde en la que recaía buena parte de las obligaciones militares.

Cuadro 2
Trabajadores vasco/as, Tandil, 1869 (219 de 266)Fuente: Cédulas censales Tandil, Primer Censo Nacional, 1869. Bs. As., AGN.

“Hacerse la América” adquiriendo solares y chacras cercanas catapultaba el estatus de los extranjeros que se ocupaban en distintos oficios; era menos sacrificado, podían venderse luego de hacer las mejoras y evitaba la sensación de apego al adquirir un(_ _) espacio enorme, sin cercados, compartida con vecinos que ni siquiera sabía que estaban en una propiedad privada.

El siguiente croquis destaca una mayoría criolla -salvo el caso de Santamarina- rodeando el almacén del vasco Chapar, asentado en un borde del camino al norte. Los vascos solicitaban un espacio de tierra en un rincón de un campo grande para instalar su comercio, privilegiando (_) el de Tandil a Buenos Aires o un cruce de caminos. Los vascos ganaderos preferían terrenos posibles de trabajar, optando el arriendo por encima de la compra. Muchos debieron sentirse a gusto en sus chacras, en la inmensidad del partido de Tandil, recordando que en sus aldeas tener un solar para las verduras y una vaca era un lujo.

Figura 4
Croquis del escenario de las matanzas de extranjeros de Tandil, enero de 1872. Fuente: Tomado de Hugo Nario (1976).

En el croquis se observa el itinerario, seguido por la partida de criollos que asesinó 36 extranjeros. El mismo recorre cuatro leguas desde el pueblo por el camino al norte, regresando desde el almacén de Juan Chapar, situación que motivó distintas interpretaciones sobre un escenario demasiado amplio y un itinerario planificado al detalle que culminaba con la muerte de 18 personas en el almacén citado, tragedia que intentó ocultar la rotura de los libros de cuentas27 27 Irianni, 2021. .

Más allá de tratarse de un suceso inesperado, fuera de contexto en una mañana de enero, un croquis del pueblo y sus alrededores nos permite imaginar personas que se acercaban hasta ese u otro almacén a comprar o vender cueros y plumas, incluso llevar un recado al comerciante y un pedido de otro vecino que no tenía carreta. Dieciocho personas trabajaban en el almacén de Juan Chapar, individuos que quizá vivían cerca o en el pueblo y utilizaban el servicio de cama a cambio de trabajo. Ello sumado a los peones que concurrían a diario, las diligencias que se detenían allí, los proveedores, los médicos que eran solicitados en caso de una parturienta, colabora en el panorama de un pueblo y sus tierras aledañas cruzado por caballos, troperos, carros y caminantes que alteran nuestra percepción, máxime si tenemos en cuenta que el de Chapar era uno de los tantos comercios en las afueras, los que sumaban cuarenta en manos de vascos contando los urbanos.

Un episodio desgraciado que sigue abierto. Sin embargo, esta suma de hechos tiene distintos planos para observar. La dinámica diaria, mensual, el pago a los peones de las estancias y la liquidación de ese dinero a cambio de cueros y lana por parte de los estancieros son apenas una parte de la movilidad ligada a los cruces de campo imprescindibles para los que vivían en la zona. Comunidades y sujetos históricos, mezclados en un entramado imposible de dilucidar pero que es indispensable para pensar un Tandil que fue caserío hasta la década de 1840, aldea en 1850, pueblo en 1865 y ciudad en 1895. Graciano Ayzaguer, al igual que el danés Fugl, participó a diario en numerosos acontecimientos sociales en el Tandil decimonónico. Ayzaguer atravesó el arco completo de escalones hacia la ciudad, acomodándose, colaborando con sus verduras y conocimientos sin sacarle el hombro a la comunidad. Vasco francés, zapatero, ubicado en el corazón del pueblo, su nombre figura ya entre los que solicitaban tierra al municipio bajo condición de poblarlas; en 1866 fue socio fundador del Circo de Carreras Tandileras y presidió varias comisiones; en 1870 fue integrante de la comisión de la Sociedad Filantrópica La Caridad; posteriormente a los sucesos trágicos de enero de 1872 formó parte de la guardia que se improvisó a efectos de resguardar la seguridad de los extranjeros e incluso hizo de rondín con un arma por el pueblo28 28 Entrevista personal a su nieto, Ricardo Ayzaguer, quien aún conserva el arma. ; el 28 de junio de 1874 participó en un acto de compromiso para pagar las cuotas del alumbrado a kerosén; un año más tarde conformó la comisión vecinal para inspeccionar la obra del templo; y como si esto fuera poco, entre 1854 y 1882, aparece varias veces como padrino de casamientos (no siempre de vascos) en los libros parroquiales. Ayzaguer, como muchos otros vascos, adquirió pronto la estabilidad y solvencia económica necesaria para emprender las actividades enumeradas. Pero eso no explica todo. Para atestiguar tantos casamientos y estar en comisiones que demandan horas de reuniones se necesitaba, además de ser dueño del tiempo, contar con cierto consenso, tener iniciativa personal y una dote intelectual acorde para ello. Pocos miembros de la colectividad reunían estos elementos, pero la gran mayoría debió sentirse “representado” e identificado con el accionar de estos prohombres. Graciano Ayzaguer, zapatero, no se dedicaba todo el tiempo a acciones sociales. Compra (en 1871) 12 cuadras y media al precio de 3.437$; el mismo año había adquirido un solar por la suma de 1.000$. El remendón Ayzaguer colaboraba en la huerta de su padre y pese a adquirir solares y chacra, en 1895 vuelve a declarar que es zapatero.

Los vascos eran protagonistas y, desde la mirada de los vecinos, los rumores y comentarios de sus adquisiciones, llevaban unas vestimentas más cómodas que las del criollo y tenían sus momentos de ocio en un almacén. La dinámica de una aldea puede recomponerse desde datos que subutilizamos en otro momento. Juan Bautista Altabegoyty, labrador, compró un solar con casa de material en 1871 al precio de 10.000$, mientras que un año antes había adquirido dos quintas por 1.100 pesos cada una. En tanto que Faustino Lejarcegui, comerciante (a medias c/Gandarías, carpintero), adquiere un solar con casa por la suma de 20.000$ en 1867; en 1879 le compra la parte al socio, otro solar con casa por 20.410$, y un tercer solar por 8.500$ en 1875. Un albañil, José Larrache, solicitó un solar para poblarlo según la ley en 1868, el que pudo adquirir en 187329 29 Solicitudes de Tierra del ejido de Tandil. Archivo Municipal de Tandil. Legajos 1848/73; 1853/59-1863/67- 1870/80; 1867/74 y 1846/46- 1853/54-1857/72. . Estas cifras y tamaños de las tierras solicitadas por los vascos nos dan una idea de modesta movilidad material, de todos modos impensable en las villas pirenaicas, navarras o tierras alavesas de las que provenían.

En los libros municipales de Tandil se observa que la movilidad en el escenario permitía continuar relacionado con connacionales sin que ello fuese impedimento para avanzar inevitablemente hacia la integración como vecino, cliente, compañero de trabajo de otros extranjeros o criollos. En Tandil, en 1876, el vasco José Salsamendi pidió a su paisano Juan Gardey -por no saber leer- que interceda ante el Banco Provincia en una operación de 100.000 pesos; pero el mismo día hizo lo mismo con un nativo, Luis Miguens30 30 Protocolos, 1876. f. 158. Archivo Histórico de Azul. . Un tiempo antes, el mismo Salsamendi había pedido interceder -en otra operación similar- a su compatriota Basilio Urruti. Ese mismo año (1875) José Salsamendi inició un Protesto a otro vasco, Salvador Ibarlin, por 20.600 pesos en igual valor recibido seis meses antes. Por Ibarlin firmó otro vasco, José A. Lavallén31 31 Protocolos, 1875. f. 64; 1876, folio 147. Archivo Histórico de Azul. .

No tenemos que esforzarnos demasiado para visualizar la dinámica de las redes entre paisanos y vecinos que culminaban en el pedido de una lectura a los pocos vascos alfabetizados que generalmente eran comerciantes. El 6 de mayo de 1876, en el mismo pueblo de Tandil, se extendió un poder especial de Miguel Aldunsin a Graciano Ayzaguer (ambos vascos) por no saber escribir para que interceda en un documento ante el Banco Provincia. Seis días más tarde, en una operación de locación -de un terreno y horno de ladrillos- entre el vasco Arrillaga (propietario) y sus compatriotas Altolaguirre y Achaga (interesados) por un valor de 30.000 pesos anuales, firmaron dos personas españolas (no vascas) en lugar de Altolaguirre y Achaga que no sabían hacerlo32 32 Protocolos, Folio 282 y 302 y s.s., 1876. Archivo Histórico de Azul. . El día de la matanza de extranjeros que termina en el almacén de Chapar -robando los libros de cuenta- donde sacaban fiado y cobraban sus mensualidades los peones de las estancias que rodeaban el comercio, ()_abría una sucursal del Banco Provincia en Tandil. Los historiadores hemos puesto en primer plano ese suceso y el de la sustracción de los libros donde estaban asentadas las deudas de los terratenientes criollos cercanos. Es inevitable pensar que Juan Chapar iría a asentar esos libros en el flamante banco.

Los cuadros y gráficos contestan sólo lo que se les pregunta. Volver a ellos con un interrogante suele dar satisfacciones. Parece acertado pensar que el oficio jugaba un peso importante en la elección (o el ofrecimiento) del padrino. El único vasco que participó en once oportunidades fue Graciano Ayzaguer, cuyo oficio era zapatero. Manuel Letamendi (carpintero) pudo hacerlo en ocho oportunidades; Basilio Urruti, comerciante, se comprometió siete veces ante el altar a velar por la flamante pareja. Luis Arahabeti y Domingo Fítere, comerciantes, lo hicieron cinco veces; mientras que el carpintero Juan Ansolabehere, el hotelero Francisco Aldunsin, el trabajador33 33 En ocasiones, Hegoburu aparece como jornalero, otras con tareas específicas como pocero de la Municipalidad, etc. Pedro Hegoburo y el confitero Bautista Inciburu se arrimaron al menos cuatro veces hasta la Parroquia. Cuando se humanizan los números, aparece que quienes tenían tiempo son los mismos que contaban con consenso social y (a veces) con mejor posición económica dentro de la comunidad vasca. Ayzaguer, Letamendi y Arahabeti estaban en cuanta comisión se conformaba en el pueblo. Creemos que contar con un padrino europeo podía ser también un toque distintivo para muchos nativos; pero principalmente tener en la fiesta al encargado de tal o cual comisión municipal e incluso el dueño de determinado comercio.

Cuadro 3
Participación de padrinos vascos, 1854-1882. Fuente: Libros de casamiento, 1852-1880, Tandil, Parroquia Santísimo Sacramento.

Respecto a la participación matrimonial o individual de los testigos, resulta difícil afirmar cuál fue la forma más habitual. Al parecer era bastante indistinto hacerlo de una u otra manera; dificulta aún más la visión el hecho de contar con la participación de varias personas cuando eran solteras y luego con sus cónyuges. Lo que parece una tendencia válida es que los matrimonios vascos testificaran juntos cuando eran invitados por un matrimonio nativo. Así fue en los tres casamientos en que María Aparain participó con su esposo Ayzaguer; en dos de los tres que lo hizo Micaela Larrache y en el único en que Juana Uranga lo hizo con su esposo Goyarán.

En el día a día y según la estación del año, la dinámica de los vecinos alteraba sus ritmos, la duración de la jornada y hasta las formas de comer y vestirse. La carneada de cerdos en un frío julio convocaba vecinos y curiosos, todos invitados a comer cuando los chorizos estuviesen a punto. Los extranjeros debieron hilvanar relaciones por la cercanía de sus viviendas, por compartir el estatus de cliente en un comercio, por lavar las sábanas para alguien o por servir la comida en una fonda cotidianamente. El carácter de unos y otros debió acelerar o ralentizar afinidades. La joven esposa del maestro Fugl, un líder étnico, faro que orientaba barcos propios y ajenos, sumó la extrema sociabilidad de don Juan con su carácter. “Entre el día de su casamiento y su regreso definitivo a Dinamarca en 1875, Dorothea escribió un diario personal que constituye un testimonio en el que se entremezclan su vida cotidiana, su intimidad y sus tabúes, con una mirada etnográfica del mundo que la rodeaba. La vida material, las prácticas sexuales y las formas familiares, sus amigas criollas, la sociabilidad del pueblo, las relaciones entre ‘salvajes y cristianos’, son algunos de los temas en los que esta mujer de aguda mirada se detiene, una vez escasamente y otras con densidad. Ella, su familia, sus conocidos y vecinos son los actores de una trama que relata la vida de un pueblo que nació al amparo de la expansión criolla sobre los territorios al sur del río Salado en la década de 1820 y que a mediados de la década de 1870, cuando esta historia culmina, estaba atravesando el ocaso de la sociedad de frontera”34 34 Bjerg, 2004, p. 13. .

Palabras finales

Maquetar analíticamente una sociedad nueva, de frontera y ubicada en el nudo mismo de las oleadas migratorias es un desafío que invita a pensar una zona aparentemente cerrada pero permeable, atractiva a los vascos que reconocían en Tandil un paraje similar de sus localidades de origen. Las cifras de Censos y momentos trascendentes ante el párroco, lo mismo que datos provenientes de un libro municipal subutilizado tiempo atrás, guardan valiosa información. La dinámica de una sociedad atravesando el arco socioeconómico desde una aldea hasta una ciudad puede recuperarse con nuevas preguntas y enfoques. La información sobre género, edades, oficios y bosquejos de universos sociales intramuros -que no se separan en el Censo Nacional de 1869- son elocuentes. La cantidad de gente dedicada a la construcción deja adivinar la ausencia de viviendas en un escenario inacabado, pero también nos pone delante de casas chicas con corazones grandes donde se podía hospedar siempre alguien más. El número de trabajadoras deja al descubierto que quienes daban unos pasos hacia el bienestar material demandaban el servicio de lavanderas, planchadoras, costureras, cocineras. Ello era más visible aún en fondas -y hogares estirados en lo que se denominó casa chorizo-, donde el jornalero o trabajador sin casa ni recursos para levantarla necesitaba lavado, remiendos, comida y una cama. ¿Cómo explicar la presencia de zapateros o músicos en la frontera con el indígena? Hacerse la América no era sinónimo de adquirir tierras infinitas, sino vivir mejor, con solvencia en muchísimos casos respecto al caserío dejado atrás. El zapatero era vital, moviéndose como pez en el agua en un lugar donde se descartaban cueros de calidad. Era un oficio, como el de relojero o costureras, que se portaba en una maleta y se instalaba en la vereda del hogar donde podían hacer noche. El enriquecimiento de algunos vecinos demandaba, en primer lugar, botinetas cómodas y elegantes para las esposas e hijas; los que transitaban por la mitad de la loma hacia un buen pasar, acudían al remendón para que sus zapatos de repuesto durasen un poco más. Los criollos del sector bajo cambiarían las entonces incómodas botas de potro por alpargatas.

El libro de solicitud de tierras al municipio entre 1840 y 1876 es un cofre lleno de información, con sus variantes de re-venta, obligaciones para adquirirla, contratar vecinos para hacer un aljibe o un cerco de espinas, pero también remates de solares o quintas que movilizaban deudores y linderos para adquirirlas. Una nueva mirada a cada aspecto analizado hace una o dos décadas dinamiza el conjunto, ese enredo social en que destacan boinas, gorras visera italianas, sombreros criollos pero también sombreros de mujer. Podemos imaginar la dinámica en la maqueta con estas ideas, pero también con pedidos y ofrecimientos de testigos de casamiento. El estatus de un gringo en la ceremonia no debió ser menor para un criollo, pero que tuviese tiempo o pudiese dejar el trabajo un par de horas, tampoco. Los extranjeros concurrían en más oportunidades que sus esposas, salvo en casos de matrimonios de vascos.

La documentación municipal también brinda datos sobre obras en construcción, falta de brazos, problemas por falta de entrega de ladrillos y cantidad y variedad de comercios. Se observa una dinámica y temporalidad en un escenario mesopotámico agrietado, una polis más espartana que ateniense por su cimiento militar aunque no faltase mucho para que apareciese algo parecido a un foro, con una muchedumbre gritando y la toma de decisiones. Un atisbo de aquello se organizó espontáneamente en los primeros días de enero de 1872, después de que los ecos de la matanza se asentaran en la plaza principal. Antes y después, masonería mediante, las discusiones políticas de pocos vecinos que no abandonaban su manto étnico rebotaban en las paredes de los sótanos de almaceneros influyentes.

Hemos caminado unos pasos hacia aspectos de nuestro oficio que han sido poco utilizados, ya por su complejidad, por la escasez de documentación pertinente, el tamaño que exigen las publicaciones, entre otros causales. La mirada sobre el conjunto, el matrimonio desavenido entre la historia y el ambiente salvo en los trabajos de lo que se denominó Historia Ambiental e incluso en algunos provenientes de la Etnohistoria y temas indígenas, nos anima a continuar en estos ejercicios tanto como la historicidad. Esta última -junto a la dinámica- obliga a salir de la zona de confort. Revisar documentos pero también enfoques. En el caso de la inmigración se observa la llegada de carretas o trenes a una estación durante dos o tres décadas, pero también el descenso de pasajeros en cada una de las detenciones. Si no seguimos a los recién llegados hasta el corazón del pueblo o la zona rural donde se instalaban, quedará incompleta, pero habremos avanzado hacia la recuperación de algo más parecido a la vida histórica vivida, concepto extraordinario que nos legara José Luis Romero35 35 Romero, [1976] 1988. .

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    Departamento del Sud 1872. Asesinatos y robos en el Tandil el 1º de Enero del cte. año y el Sumario Levantado por varios comisarios con motivo de los sucesos ocurridos el 1º de enero de 1872. Archivo del Museo Histórico del Fuerte Independencia de Tandil (MUHFIT).
  • 11
    Irianni, 2017.
  • 12
    Véase Ejecución de los reos del Tandil, La Nación, 17 de septiembre de 1872.
  • 13
    Sugerimos el texto compilado por Bjerg y Otero, 1995.
  • 14
    BailyBAILY, Samuel. Marriage patterns and inmigrat assimilation in Buenos Aires, 1882/1923. Hispanic American Historical Review, Ann Arbor, v. 60, n. 1, p. 32-48, 1980., 1980.
  • 15
    Fontana, 1947, p. 57.
  • 16
    Fontana, 1947, p. 152.
  • 17
    Fontana, 1947, p. 63.
  • 18
    Fontana, 1947, p. 67. Los daneses continúan enterrando a sus miembros en el cementerio municipal en un cercado que se inició entonces.
  • 19
    Fugl, [1880] 1989, p. 152.
  • 20
    Miguez, 1987.
  • 21
    Bjerg, 2004, 2017; Bjerg; Pérez, 2023.
  • 22
    Szchuman, 1977.
  • 23
    En un viejo texto de Bjerg, basado en las memorias de la joven esposa de Juan Fugl, describe el agobio de las visitas y salidas de casa de su marido, describiendo remansos de tranquilidad con maremotos sociales que venían de la mano de un hombre pujante como el líder de la comunidad danesa, pastor, agricultor, harinero y maestro Juan Fugl (Bjerg, 2004).
  • 24
    Crónica del Sr. Pedro de Ugalde y San Martín. Descripción del Tandil de 1859; Gorraiz Beloqui, 1958.
  • 25
    Descripción del prefecto Juan Elguera (10 de marzo de 1858) en Gorraiz Beloqui, 1958.
  • 26
    Solicitudes de Tierra del ejido de Tandil. Archivo Municipal de Tandil.
  • 27
    Irianni, 2021.
  • 28
    Entrevista personal a su nieto, Ricardo Ayzaguer, quien aún conserva el arma.
  • 29
    Solicitudes de Tierra del ejido de Tandil. Archivo Municipal de Tandil. Legajos 1848/73; 1853/59-1863/67- 1870/80; 1867/74 y 1846/46- 1853/54-1857/72.
  • 30
    Protocolos, 1876. f. 158. Archivo Histórico de Azul.
  • 31
    Protocolos, 1875. f. 64; 1876, folio 147. Archivo Histórico de Azul.
  • 32
    Protocolos, Folio 282 y 302 y s.s., 1876. Archivo Histórico de Azul.
  • 33
    En ocasiones, Hegoburu aparece como jornalero, otras con tareas específicas como pocero de la Municipalidad, etc.
  • 34
    Bjerg, 2004, p. 13.
  • 35
    Romero, [1976] 1988.

Fechas de Publicación

  • Publicación en esta colección
    17 Mayo 2024
  • Fecha del número
    2024

Histórico

  • Recibido
    07 Ago 2023
  • Acepto
    15 Feb 2024
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